Denise Phé-Funchal
Partiré Mañana
Partiré mañana pienso cuando
siento que te levantás de la cama. Mantengo los párpados cerrados hasta que
notás el movimiento de los ojos, de las pestañas y tu respiración me anuncia
que si no los abro en ese momento te sentarás a mi lado y comenzarás a hacer
preguntas. Te digo buenos días, sonrío y finjo estirarme. Tu aliento deja de
chocar contra mis huesos. No puedo verte, no quiero verte, mis párpados siguen
cerrados pero sé que sonreís. Luego dirás buenos días amor, te acercarás y estamparás
un beso húmedo en mi frente. Siento el espacio entre tus labios como un enorme
abismo, una fosa fría que despedaza todo lo que cae dentro. Cuando siento que
finalmente voy a ser destrozada, que tu respiración hará chocar mi cuerpo en
cada pico, que me arrastrará hasta el fondo, cuando siento que me comenzarás a
preguntar si no te veo a la cara, abro los párpados y encuentro tu corbata de
martes, es martes. Es martes y algunos días me esperan del fin de semana, de
los eternos sábados en los que me convierto en la compañera perfecta, en la
madre ejemplar, en la que sonríe y habla del tiempo, de divorcios de estrellas,
de niños, de todos menos de mí. Es martes y partiré mañana, me digo al verte de
espaldas, vigilando mi rostro desde el espejo mientras arreglás tu corbata. Sonrío
con la esquina de la boca y mis ojos parecen perderse en el reflejo de los
tuyos en el espejo. Eso te hace feliz, te tranquiliza y te deja partir sereno.
A mí me regala el silencio, el olvido de tu voz durante el día. Cuando salgás
por la puerta y el motor de tu auto se pierda tras los árboles que rodean esta
casa volveré a las sábanas y desde dentro conjuraré a las paredes para que no
proyecten tu cuerpo por los pasillos, para que tu voz no se asome a las
ventanas. Pero aún estás acá y la representación no termina. Abrirás la puerta,
llamarás a la sirvienta, le tenderás el saco y dirás que lo coloque en tu auto.
Mientras tanto te observo desde las sábanas, exploto la sonrisa de chiquilla de
la que te enamoraste y con voz acorde – que cada vez se resiste más a salir-
digo que tengo frío y que me levantaré luego, que quiero dormir un poco más,
hasta que los chicos se levanten, que en vacaciones los días son más largos,
más cansados, que tus hijos requieren más. Escucho los pasos de la sirvienta
que atraviesa el pasillo presurosa, el traspaso del saco, tus indicaciones de
última hora y la puerta que se cierras tras de vos. Hoy es martes, no pasarás
el pestillo, no sentiré tu cuerpo ansioso, tus manos no me arrancarán del calor
de las sábanas. Es martes, solamente te inclinarás sobre mí y me darás un beso
largo, una imitación de nuestras tardes en el techo de casa. Te daré mi lengua
y mis labios tibios, respiraré despacio mientras te beso, despacio para que no
dudés de mi buena voluntad. Si no encontraras mi boca, si no respondiera de la
misma manera, comenzarías a preguntar. No quiero contestar, no quiero
arriesgarme a eso, prefiero partir sin explicaciones, mañana. No quiero
contestar porque no sé qué diría, no quiero pensar en tus preguntas. Terminás
de besarme y mantengo los párpados cerrados mientras la presión de tu cuerpo
sobre el mío desaparece, esbozo de nuevo la sonrisa y te escucho partir
tranquilo. Los chicos duermen.
Las sábanas me cubren
completamente, me gusta hundirme en ellas, el bebé aún no llora, puedo soñar un
momento con las cosas que me gustaría hacer, con el tipo de mujer que quisiera
ser, con viajes y amantes, con universidades lejanas y un cuerpo sin cesáreas.
Respiro el aroma del mar que conocí cuando escapé de vos. Escucho el mar que
combate los acantilados y siento la mano del hombre, de cualquier hombre que
recorre mi cuello. Pero tus hijos me llaman, el pequeño llora, la sirvienta
toca la puerta, tengo que dejar el mar.
Me gusta perderme en los libros,
en los míos porque los tuyos no existen. Tus hijos juegan a mi alrededor y me
llaman madre. Pero yo no los he parido, ellos partieron mi cuerpo, dejaron sus
sonrisas en él, se alimentaron de mí, robaron mis horas de sueño, secuestraron
mis sueños, la posibilidad de volver al mar. Me escalan, suben al escritorio y
hablan, me ven con tus ojos, exigen. Son tus hijos. Ellos también amenazan con
preguntar. El bebé me explora con la mirada, intenta meterse en mí, el otro por
desgracia ya habla, en cualquier momento puede preguntar qué pasa mami y no
quiero escucharlo de su boca como en las pesadillas. No quiero que alguien
pregunte. Partiré mañana sin decir nada.
Van a ser las doce. No tarda en
sonar el teléfono y en escucharse tu voz del otro lado preguntando cómo va
todo, si los chicos se preparan para comer, si yo he salido o si pienso salir.
La sirvienta vendrá como siempre y me llevará el teléfono al estudio. Lo tomaré
y le diré antes de responderte que es hora de que los chicos coman. Hola amor –diré
suavemente- cómo ha estado tu día, y vos responderás lo de los martes, día de
reuniones, te espero por la noche, voy a salir a tomar un café, los niños se
quedarán con la niñera que hoy ha regresado tarde de su pueblo, pero que ya está
acá. Preguntarás con quién salgo y ojearé la agenda para ver o inventar con
quién he quedado.
Tus hijos comen, me cambio, les
doy un beso y salgo. Allí está mi auto, podría ser hoy, pero debo hacerlo con cuidado.
En el camino repasaré los pasos para escapar sin huella. Cuando llegue al café,
un poco antes de la hora acordada, pensaré en los cambios al plan que debe
estar listo para esta tarde. Quisiera tomar notas, pero las encontrarías en tus
inspecciones nocturnas a mi bolso y mis bolsillos. La gente llega, se sienta,
habla y yo me olvido de vos, de tus hijos, de la casa rodeada de árboles, de la
sirvienta y la niñera, del colegio, de tu trabajo, de la habitación que compartimos.
Mi sonrisa es verdadera, puedo ser un poco como quisiera, pero el miedo me invade
cuando los otros hablan de sus sueños, cuando sus miradas me encuentran y están
a punto de preguntar. Entonces vuelvo a pensar en vos y todo toma tu forma,
siento un viento frío en la parte trasera de la nuca, un viento que me atraviesa
el cuerpo y entonces hablo, hablo hasta
el cansancio, hasta que siento que puedo volver a vos con pocas palabras.
Te encuentro al volver. Hablamos
de tu día, del mío, del de tus hijos, de las vicisitudes del hogar, de las
noticias, de lo que comimos. Mi sonrisa de chiquilla está siempre para vos,
para detener tus preguntas. Te acompaño a la cama, vemos la tele un rato, apoyo
mi cabeza en tu hombro para dormir tu voz, dejo que me toques, que tus labios
encuentren los míos, que tus brazos me atrapen hasta que quedés en silencio.
Pero has tomado la costumbre de hablar hasta que yo duerma. Me robás la noche
en el mar, tu voz es más fuerte que las olas, tus brazos no permiten que él
acaricie mi cuello, la presión de tu cuerpo alrededor del mío me adormece.
Sueño que mis maletas esperan
escondidas en el armario junto a la puerta, sueño que he tenido tiempo de
prepararlo todo, que esto no se repetirá mañana, que jamás habré de contestarte,
que volveré a los acantilados y a las olas que gritan conmigo mientras
quiebran.