Amanece la realidad y hay que
ocultarla; en una banca, un café o en la inmensidad de su recuerdo. El segundo
respiró será el que me traiga de regreso. Aquí,
el diálogo con el poeta. Le pido levante estas letras que hacen alfombra el camino; busco así que las letras
suban y llenen el ambiente de otro aroma, que agiten los árboles para que
caigan de ellos miradas dolorosas,
perdidas. No pasa nada. Espero hasta que el aire haga subir la nostalgia,
la necesaria para darle cierta dignidad a este tedio.
Me alejo de conversaciones, me
refugio en el sabor del escritor, aunque poco sé de sus pasiones,
pues las mías son de otras costumbres, menos heroicas. Un sueño interrumpe y me
quedo dormida. ¿Cuánto tiempo? ¿ya son las dos? Las gradas, árboles, un sol
amigable, el silencio me escolta hasta la oficina, camino acompañada de todas
las decisiones que me han llevado a esta calle y a este suspiro.
Algo propio del espíritu nómada, el camino. Veo una procesión de ensayos, óperas, la majestuosidad de la soprano
cantando, olvidando las congojas del día común se encuentra con lo extraordinario.
Se levanta otro aire, un electroshock al pecho, después serán las guitarras, la pantalla, el final de la noche.
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