Los juegos cotidianos que llenaron nuestra historia. Aquellos túmulos que para los carros la incomodidad para peatones inquietos como nosotros, eran la irreverencia a las tumbas, un lugar para jugar como niños a ver quién se caía primero.
Un parqueo era un estadio de beisball y las librerías itinerantes del Parque Central, un lugar para encontrar tesoros.
Fascinada por sus historias psicodélicas, de tigres fosforescentes en un campamento lejano en Tikal o negociaciones creativas para no ser linchado. René siempre sacaba de su memoria, una aventura qué compartir.
Ese fuego de vida que nos acompaña. Ahora somos Renées danzando desnudas jugando a ser ninfas; amando, cantando y bailando.
Siempre que haya globos, podremos volar.
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